Ser compasivos dista mucho de sentir lástima por nosotros mismos. La principal diferencia entre lástima y compasión radica en la actitud que tenemos hacia quien sufre. Si soy yo quien está sufriendo, actuar con compasión significa tratarme con igualdad y respeto, lo cual activa nuestra dimensión empática y altruista. En otras palabras, para poder ayudar de manera efectiva, necesito comprender lo que está ocurriendo, ser sensible a la experiencia y hacer lo que esté a mi alcance para aliviar mi sufrimiento o el de los demás.
Por otro lado, la lástima activa una sensación de superioridad o condescendencia que nos lleva a vernos o ver a otros como víctimas. Esto nos permite identificar qué sentimiento está operando en nosotros. La compasión es un sentimiento que nos impulsa a actuar ante el sufrimiento, ya sea propio o ajeno, porque nos duele y nos preocupa. En cambio, la lástima es un sentimiento pasivo que se limita a provocar tristeza sin motivar cambios.
La compasión no solo implica sentir empatía, sino también tomar acciones concretas para aliviar el sufrimiento, ya sea el tuyo propio o el de los demás. Cuando te tratas con compasión, estás motivado a actuar de manera que promueva tu bienestar y crecimiento personal. Esto puede significar buscar ayuda cuando la necesitas, hacer cambios positivos en tu vida, establecer límites saludables, o simplemente cuidar de tu salud mental y emocional.
Tal vez te identifiques con esta idea: aunque no lo creamos, a menudo pensamos, al menos de manera inconsciente, que ser duros con nosotros mismos es una estrategia para sobrevivir. Confundimos la naturaleza de nuestra imperfección humana, usándola como un pretexto para la autocrítica y para convencernos de que no somos suficientes, en lugar de verlo como una oportunidad para mantenernos humildes y en constante mejora.

¿Cuántos de nosotros vivimos con la inquietud de querer saber qué piensan los demás sobre lo que deseamos hacer? ¿Cuántos nos preocupamos por lo que podrían criticar o usar en nuestra contra? La verdad es que ese ejercicio mental no nos fortalece. Al enfocarnos en todo lo que los demás podrían señalar como defectos, solo nos convencemos de que esas críticas son merecidas y válidas.
Es natural querer la aprobación de los demás, pero cuando esta preocupación se convierte en una barrera para actuar o para ser auténtico, es un signo de que necesitamos recalibrar. La clave está en encontrar un equilibrio: tomar en cuenta las opiniones de los demás de manera constructiva, pero no permitir que nos controlen ni nos definan.
En lugar de concentrarnos en los defectos que otros podrían señalar, es más útil centrarse en nuestras fortalezas y en cómo podemos crecer. La autocompasión y el autoaprecio son herramientas poderosas que nos permiten actuar desde un lugar de confianza y autenticidad, en lugar de desde el miedo al juicio.
Quiero decirte algo que tal vez te ayude a dejar de sentir que necesitas el permiso de los demás para estar bien. Primero, el valor que otros te atribuyan no define tu verdadera valía. Además, el hecho de que alguien te considere digno de aprobación depende de tantas variables que es imposible cumplirlas todas, y menos de manera universal para todas las personas. Por último, la validación que a menudo buscamos en los demás es en realidad un reflejo de lo que no encontramos dentro de nosotros mismos.

La única manera de cambiar la forma en que nos tratamos a nosotros mismos es recordarnos, con ternura y perseverancia, aquello que hacemos y que deseamos hacer para nuestra felicidad. Es importante que nos hablemos con compasión sobre lo que nos brinda bienestar y satisfacción, y que nos reafirmemos en nuestras convicciones, sin dejarnos influenciar por las inseguridades de los demás. Hazlo como si alguien que te ama profundamente te lo dijera, porque, al final, eso es lo que debemos hacer: amarnos mucho y amarnos bien.
Cada uno tiene su historia personal. En mi caso, dejé de hacer muchas cosas por miedo. Lo que parecía un temor a no estar "a la altura" era, en realidad, un miedo a ser herido por los demás. Este miedo se basaba en opiniones mal concebidas por personas que, a su vez, proyectaban sus propias limitaciones. Es cierto que no podemos ignorar por completo lo que otros piensan, pero lo importante es no permitir que las críticas y los defectos que alguien podría señalar nos paralicen. Debemos tratarnos bien, especialmente cuando sentimos que no lo merecemos, porque es en esos momentos cuando más necesitamos elegir cuidarnos, buscar ayuda, alejarnos, o tomar decisiones importantes en nuestras relaciones.
Te invito a realizar un ejercicio rápido. Tómate unos minutos para preguntarte: "¿Por qué no puedes decirte a ti misma/o lo que esa persona que tanto te quiere te diría en esta situación o problema? ¿Por qué necesitas que alguien más te diga lo que necesitas escuchar en los momentos en que has sido más lastimada/o?". Aquí quiero aclarar algo importante: no se trata de menospreciar el apoyo de esa persona especial o de un mentor. De hecho, esto forma parte del valor de ir a terapia. Pero es importante reflexionar sobre cuánto tiempo, en qué circunstancias o en qué ocasiones valoras más las opiniones ajenas que las propias. Este ejercicio es una oportunidad para apreciarnos, aprender sobre nosotros mismos y practicar un cambio de mentalidad.